01 -
Cubre cada pechuga entre dos hojas de papel film. Desahógate un poco golpeándolas con un mazo hasta que queden bien finitas, como de ¼ de pulgada de grosor. Échales sal y pimienta por ambos lados.
02 -
Coloca tres platos llanos en fila: pon la harina en el primero, los huevos batidos en el segundo y el pan rallado en el tercero. Ya tienes lista tu cadena de montaje para unas milanesas crujientes.
03 -
Agarra cada trozo de pollo y pásalo por la harina, asegurándote que se cubra bien. Sacude el exceso, luego mételo en el huevo. Al final, presiónalo en el pan rallado, dando golpecitos suaves para que se pegue bien. Déjalo en un plato mientras terminas con el resto.
04 -
Vierte suficiente aceite en una sartén grande para cubrir el fondo unos ¼ de pulgada y caliéntalo a unos 160°C. Sabrás que está listo cuando al echar una miga chisporrotea. Mete el pollo con cuidado (¡sin amontonar!) y fríe 2-3 minutos por cada lado hasta que estén doradas y crujientes. Pásalas a papel absorbente para escurrir.
05 -
Quita casi todo el aceite, dejando unas 2 cucharadas en la sartén. Añade el aceite de oliva y los tomates cherry, cocinando a fuego medio hasta que empiecen a ablandarse y ampollarse, unos 5 minutos. Echa el ajo y la sal, removiendo otro minuto hasta que suelte su aroma.
06 -
Vierte el vino blanco, rascando todos esos sabrosos trocitos pegados al fondo de la sartén. Deja que burbujee y se reduzca un minuto o dos, luego pasa todo a un bol. Mezcla las tiritas de albahaca, el zumo y la ralladura de limón mientras aún está caliente.
07 -
Coloca tus milanesas crujientes en un plato de servir o platos individuales. Cubre cada trozo con la mezcla caliente de tomate y albahaca, luego pon trozos de cremosa burrata encima. El calor del pollo y los tomates derretirá ligeramente el queso. Termina con un chorrito de reducción balsámica y sirve enseguida.